TÉCNICA Y CONSTRUCCIÓN
DE PUENTES ROMANOS.
Por Arturo Cosano Ramos.
La técnica es connatural al ser humano,
es lo que le permite avanzar como población en una sociedad. Si no
desarrolláramos nuestra técnica, no avanzaríamos como especie. Dentro de la
idea de la evolución de la técnica, Roma fue la que desarrolló la técnica de
tal manera que nos ha permitido llegar a donde estamos hoy. Fuera de la
monumentalidad de las pirámides, que sin duda fueron un desafío a la lógica y
técnica humana, o los hermosos templos griegos, Roma se centró en el desarrollo
urbanístico y de obras públicas, el cual nos ha sido mucho más útil para el
avance social. Tenemos que tener en cuenta que sin estas obras, Roma quizás no
hubiese llegado a ser lo que conocemos, ya que para el ejercito, el comercio y
la propia población fueron fundamentales. Cosas que hoy nos parecen nimias, en
aquella época eran revoluciones que les hacían estar varios pasos por delante
del resto de poblaciones. Termas, acueductos, calzadas, cloacas y un largo
etcétera son las obras que fueron ideadas por el mundo romano para satisfacer
las necesidades de la población. Esto deja ver un interés mayor por el ciudadano
y preocuparse por él, aunque obviamente estas mejoras casi siempre iban
encaminadas a las altas esferas. Dentro del gran número de infraestructura que
levantaron los romanos, hay una muy característica que es el puente.
Un puente es, según la RAE: “construcción de piedra, ladrillo, madera, hierro,
hormigón, etc., que se construye y forma sobre los ríos, fosos y otros sitios,
para poder pasarlos.” [1]
Del latín pons, pontis , no podemos
decir que fueran los romanos los primeros constructores de puentes, pero si los
primeros que elaboraron una técnica y una organización para construirlos,
convirtiéndose en un símbolo del Imperio. El puente llegó a su culmen durante
el Imperio Romano, debido a la necesidad de control de los territorios
conquistados. Hoy en día los puentes parecen algo sin importancia, pero tenemos
que tener en cuenta lo vital que resultaba poder cruzar de una orilla a otra
durante una etapa tan decisiva como el Imperio Romano. Esto permitía a las
tropas cruzar masas de agua sin necesidad de usar navíos, inclusive en zonas
donde los barcos no podían adentrarse. No solo para el ejercito, sino también
para el comercio, facilitando una gran cantidad de rutas comerciales. Además
eran un símbolo de que el Imperio Romano había estado allí.
La necesidad de
los puentes surge naturalmente por la exigencia de superar un obstáculo, en
este caso agua, ya sea un rio o lago.
Aquí entraban los ingenieros, los cuales realizaban un proyecto y los
constructores, que eran los que materializaban ese proyecto. Esta construcción
deberá alcanzar los tres objetivos señalados por Vitrubio (1987): solidez,
estabilidad y belleza. El puente no es un edificio que se haya construido en
masa, ya que no resultaba sencillo ni barato, ya que las investigaciones que
tenían que hacerse sobre el terreno, el uso de materiales y gran aparato
técnico que había que hacer para levantar un puente era algo que incluso en el
Imperio no se tomaba a la ligera.
Igual que reflejar
las proezas que se hacían, las cuales recaían en personajes importantes de
Roma, se hizo en el ámbito de la arquitectura, debiendo a citados personajes
edificios singulares. No obstante más allá de esto tenemos a unos muy eficaces
funcionarios, una administración y un sistema económico y social adecuado para
que se elaboren estas obras, necesarias para la ocupación adecuada de un
territorio, y por supuesto para la romanización de otros territorios
conquistados, fortaleciendo el imperio que gozaba de gran prestigio entre la
ciudadanía. Lo que no sabemos es si los arquitectos romanos tuvieron una
consideración social, debido a que la alta sociedad despreciaba el trabajo
laboral. Autores como Cicerón o Plutarco afirman esta idea, sin embargo, otros
como Vitrubio valora estas profesiones y las defiende. El arquitecto, es pues,
el que elabora el proyecto de la obra y se encargaba de que se lleve a cabo
adecuadamente. Era un trabajo muy complicado que incluía numerosas disciplinas.
Además eran los que asumían las obligaciones y corrían los riesgos de sanción,
económicas y penales. Aquí entra a formar parte el ejercito, que en bastantes
ocasiones servía como mano de obra ya
que era la única institución que les daba una eficaz organización y medios
materiales.
Otra figura fue
el promotor, considerado como el verdadero autor de la obra, pues era quién la
financiaba. Conforme avanzó la época, solía agradecerse este acto con el
levantamiento de una escultura o placa decorativa donde daba información del
promotor.
Por supuesto hubo
otros profesionales como artesanos, mensoris,
fabri… La participación de todo este
conjunto tuvo que ser dinámica, dando de modo eficaz la creación de las obras
de arquitectura tan colosales que conocemos hoy, no solo con una calidad
técnica sino estética, aunque no era lo estético lo importante para los
romanos, sino su funcionalidad y su utilidad.
Volviendo al
arquitecto, este se valía de un conjunto de unidades de medida bastante amplio
para llevar a cabo la obra. Estas unidades eran valoradas, ya que gracias a
ellas, y según hombres como Platón, construir se convertía en lo más exacto y
científico. No se conocen el nombre de todas las unidades aunque quedan
descripciones en escritos clásicos y tablillas, la mayoría de metal que se
colocaban en lugares concurridos como el mercado. El origen viene de la
confluencia de muchas culturas, que usaban las partes del cuerpo para la
medida, como el pie romano (0,296m), o el digitus (18,481 mm) que es la mínima unidad empleada citada en los
textos clásicos, el codo, palmo, paso, etc., relacionados con un sistema duodecimal itálico y otro decimal griego también empleado en Roma, hasta que se
fueron perfeccionando en medidas más exactas, como la milla (1.481 m) y la
legua (4.443 m), sobre todo durante el Imperio. Esto influía en la construcción
de los puentes creando un deseo de simetría y de usar un módulo de medida
común. En multitud de textos se muestra un diseño armonioso logrado por la
similitud de los tamaños de los arcos y por la simetría de sus alzados. Las
relaciones entre el módulo y las partes de la construcción se marcaban en el
plano con aritmética, expresadas con números racionales e irracionales.
Los constructores
romanos desarrollaron nuevas tipologías y usaron nuevos materiales, como el
famoso hormigón que ha llegado hasta nuestros días, a la vez que perfeccionaron
las técnicas egipcias y griega con el empleo de estructuras arqueadas,
consiguiendo un fin constructivo y una calidad estética.
La
construcción del puente romano comenzaba, como ya hemos dicho, con la
elaboración de un proyecto, un alzado a lápiz como se hace hoy en día. Después,
y tras un estudio del terreno exhaustivo, se elegiría el mejor tramo para el
levantamiento de un puente, que pasaba desde topografía hasta matemáticas,
salvando los problemas que se podían plantear de cara a la construcción, como
derrumbamientos, accidentes del terreno o el agua, como el diseño del desagüe
necesario para dejar bajo el puente las mayores crecidas del río, y desecarlo
para construir los pilares. Conocer esta sección ha constituido un problema
teórico pues hasta hace poco la ingeniería hidráulica no disponía de suficiente
formulación matemática para todos los factores que intervienen en la
determinación del máximo caudal a evacuar. Para mejorar el comportamiento
hidráulico del puente durante las crecidas, la ingeniería romana les dotó de
dos elementos compositivos: el tajamar con planta circular o triangular en el
frente de las pilas y los muros de encauzamiento en la parte aguas arriba de los estribos.
Una vez resueltos los problemas, comenzaban
las obras, procediendo a la extracción del mineral. Cuando los puentes eran de
madera, el trabajo no era tan grande como cuando se levantaban de piedra. Emplearon fábricas de
sillería de piedra, y masas de hormigón o de cal. Son las de sillería en las
que nos vamos a centrar ya que son las que podemos identificar como obra
romana. Y esto es así porque la sillería de piedra, a diferencia de otro tipo
de material, conserva unas características y singularidades constructivas que
son muy útiles para ese propósito. Para conseguir una obra resistente se exigió
darle la mejor cimentación posible. En caso de que el terreno fuese muy
deficiente recurrieron a cimentaciones profundas mediante la hinca de pilotes
con la punta reforzada con azuches metálicos. Vitrubio aconseja, en este caso,
proceder a hincar “estacas de chopo, de
olivo o de roble, chamuscadas, metiéndolas a golpe de máquina” (Vitrubio, 1987).
Una parte importante de la obra eran las pilas y los estribos. Las cepas,
que tienen la función de transmitir al terreno las cargas muertas o permanentes
y las sobrecargas del puente, a través de las bóvedas que sobre ellos se
apoyan. Los estribos reciben el empuje inclinado de una bóveda que debe
equilibrarlo con su peso, transmitiendo a la cimentación todas las fuerzas
presentes. En cambio las pilas, si las luces de las bóvedas adyacentes son
iguales, reciben empujes equilibrados con componentes horizontales que se
contrarrestan entre sí. Esto permite disminuir su espesor pues necesita menos
materia para alojar el peso de los empujes en su interior ya que ésta es
prácticamente vertical. Nada sabían los arquitectos romanos de empujes y de
resultantes (la composición de fuerzas se desarrolló en el siglo XVII) pero sí
tuvieron una gran experiencia sobre el comportamiento estructural de las pilas
que les permitió diseñar puentes en época republicana tardía con bóvedas
rebajadas y pilas de gran delgadez con relación a la luz de los arcos. Fueron
modelos con un diseño muy avanzado para su tiempo.
Para que la fábrica de un puente romano sea resistente, rígida y estable, los
ingenieros de aquella época desarrollaron varios sistemas constructivos
originales y eficaces. Para darle una mayor resistencia la aparejaron en seco,
sin juntas de mortero de cal ni cuñas entre las piezas con lo que consiguieron
que la fábrica tuviese una resistencia parecida a la de la propia piedra,
bastante mayor a la obtenida si se dispusieran juntas de mortero o cuñas como
en la época medieval. El segundo criterio estructural, la rigidez, se logró con
el material pétreo con el que está
construida la fábrica, pero al estar simplemente acumulado en seco creyeron
necesario incrementar la trabazón o firmeza entre los sillares para resistir
mejor las crecidas de las aguas crecidas del río, los inevitables asientos de
las fábricas o las posibles secuelas de un terremoto. Uno de los sistemas de
trabajar las fábricas consistió en el grapado entre sí de los sillares con
enlaces o espigos de madera, hierro o mármol, alojados en agujeros y sellados
con plomo fundido. Esta técnica la pudieron exportar de la construcción persa,
griega o egipcia, pues se utilizó desde el siglo V a.C. Otro sistema menos
frecuente era aumentar la trabazón con engatillados en la sillería o la
colocación de piezas de piedra en forma de doble T, T, o U, a modo de llaves de
amarre. Otro de los sistemas para darle trabazón a la fábrica era disponer
tizones que asegurasen y estabilizasen los forros de sillería de las fábricas.
Es una característica muy romana la disposición de hiladas alternas de sogas y
tizones, heredada de la construcción egipcia y griega. Para mejorar la
estabilidad de las bóvedas los constructores romanos idearon algunas mejoras
que consistían fundamentalmente en incrementar en la zona baja de los arcos el espesor de la rosca o en todo su desarrollo
con la colocación de dos roscas de dovelas, o la ejecución de muros
longitudinales dentro del tímpano que arriostrasen la parte inferior de las bóvedas
entre sí. El entripado de sillería o de hormigón en masa también mejora mucho
la estabilidad de las bóvedas. La parte superior del puente es la plataforma,
formada por los andenes, la calzada y los pretiles o barandas. Con mucha
frecuencia en esta época la rasante es horizontal o con una doble pendiente muy
pequeña. la calzada era amplia pues mantenían la anchura de la vía de unos 6,00
metros.
El rústico almohadillado de la sillería fue el recurso más empleado para
conseguir un efecto de robustez y un juego de luces y sombras que encajaba con
el gusto romano. También lo empleó la construcción clásica griega que a su vez
lo tomó prestado de la egipcia. Otro elemento muy
frecuente y característico
de
los puentes romanos son las
impostas o cornisas que
rematan y separan
sus
partes compositivas, y
permiten detectar a simple
vista, la
concepción
estructural empleada.
Generalmente las dispusieron
en los arranques
de la arquería y a ras de la calzada
rematando tímpanos y manguardias. En las pilas de puentes de cierta envergadura
también las colocaron a lo largo de los paramentos de las pilas. Los tipos
básicos son tres: una simple hilada de sillares ligeramente sobresalientes, con
moldura recta de chaflán inverso y con molduras curvas de tipo mixto con talón
y cima recta.
Por tanto, como hemos visto en este estudio, la construcción de un puente
era una empresa de una envergadura enorme como lo puede ser hoy. Los romanos
nos han demostrado que fueron genios de la ingeniería civil llevando a cabo los
avances de la técnica para el desarrollo social. Quizás los puentes queden
eclipsados por otras obras como templos o monumentos, y es cierto que el valor
de estos es gigantesco, pero no debemos olvidar que las obras más importantes y
las que realmente repercuten en la evolución son las que permiten avanzar a la
sociedad: puentes, calzadas, infraestructura pública… obras que quedan algo
olvidadas antes otras majestuosas construcciones, no obstante las obras
públicas de Roma tuvieron tal envergadura que no envidian nada a las de hoy en
día.
BIBLIOGRAFÍA.
-Vitrubio Polion, M. (1987). Los
diez libros de arquitectura. Edición facsímil de Joseph Ortiz y Sanz de
1787. Barcelona: Editorial Alta Fulla.
-Adam, J.P.(1989). La construcción romana. Materiales y técnicas. León: Editorial de
los Oficios.
-Choisy, A. (1999).El arte de construir en Roma. Trad. de M. Manzano-Monís. Madrid:
Instituto Juan de Herrera.
-Fernández Casado, C. (1980). Historia del puente en España. Puentes
Romanos. Madrid. Instituto Eduardo Torroja.
-Malissard, A. (1996). Los Romanos y el agua. Barcelona:
Editorial Herder.
-Palladio, A. (1988). Los cuatro libros de arquitectura. Madrid:
Akal.
-Durán Fuentes, Manuel.(2004). La
construcción de puentes romanos en Hispania
-Durán Fuentes, M. (2002). Análisis
constructivo de los puentes romanos. Actas del I Congreso: las obras
públicas romanas en Hispania. Mérida.
